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El Futuro Arde III: La justicia energética se queda atrás


La crisis climática no es únicamente un problema tecnológico: es histórica, política y profundamente desigual. La pregunta central ya no es si debemos actuar, sino quién debe asumir la responsabilidad y cómo construir una transición energética verdaderamente justa

Mtro. Enrique Healy Wehlen*

Una deuda histórica

Lo que hoy denominamos crisis climática es el resultado de un proceso acumulativo de más de tres siglos, impulsado principalmente por la industrialización y el modelo de desarrollo basado en combustibles fósiles. Aunque muchos países que no son responsables históricos han comenzado a contribuir a la reducción de emisiones, la mayor parte de la población mundial no ha sido quien ha generado los gases de efecto invernadero que hoy comprometen el futuro del planeta.

El Carbón Majors Report indica que solo 100 empresas son responsables del 71 % de las emisiones industriales de gases de efecto invernadero desde 1988 (Climate Accountability Institute, 2017).

En términos de consumo, un informe de Oxfam (2023) señala que el 10 % más rico de la población mundial genera el 50 % de las emisiones, mientras que el 50 % más pobre apenas contribuye con el 7 %. Esta asimetría revela una injusticia estructural que atraviesa toda la discusión climática y energética (Oxfam, 2023).

Más allá de la tecnología

En El Futuro Arde I y II se planteó la urgencia de sustituir aceleradamente los combustibles fósiles mediante la integración de energías renovables —principalmente solar y eólica—, mejoras sustantivas en la eficiencia energética y el establecimiento de límites globales a la generación y el consumo.

Sin embargo, no basta con imaginar un simple reemplazo tecnológico. La electromovilidad, por ejemplo, suele presentarse como solución mágica cuando, en realidad, abre nuevos frentes de explotación de recursos y profundiza la desigualdad en las cadenas de valor.

La transición energética no es neutra: redefine el poder, la ocupación del territorio y los intereses geopolíticos, generando ganadores y perdedores (Healy, E. 2025).

Un mundo de emisiones desiguales

La justicia energética continúa siendo una tarea pendiente. Las emisiones de dióxido de carbono (CO₂ asociadas a la generación de electricidad muestran profundas disparidades entre continentes, reflejando no sólo diferencias en niveles de desarrollo y consumo, sino una distribución profundamente inequitativa de la responsabilidad climática.

En términos per cápita, la desigualdad es aún más evidente:

  • Norteamérica, cada habitante genera en promedio 6.4 toneladas de CO por persona/año.
  • Asia, la cifra desciende a 2.9 toneladas por persona al año.
  • África, apenas alcanza 1 tonelada anual por habitante.

(IEA, 2024 – emisiones asociadas a la generación eléctrica)

Estos datos evidencian una realidad contundente: mientras algunas regiones mantienen estilos de vida altamente intensivos en energía, otras aportan mínimamente al problema, pero sufren de manera desproporcionada sus consecuencias.

Justicia Energética

En este contexto, la justicia energética se configura como un eje rector en la formulación de políticas públicas orientadas no sólo a la equidad, sino también a la propia supervivencia humana. No se limita a una simple redistribución del acceso a la energía; exige que los procesos de decisión incorporen explícitamente la dignidad humana dentro de una transición sostenible y socialmente incluyente.

Países como Alemania y Dinamarca destacan por presentar niveles relativamente altos de justicia energética. Su trayectoria refleja un compromiso sostenido con la equidad social, la protección ambiental y una lógica de responsabilidad compartida frente al futuro del planeta, convirtiéndolos en referentes —aunque no exentos de contradicciones— en el debate global sobre la transición energética justa (UPME, 2023).

Dinamarca

Dinamarca ha logrado avances significativos en justicia energética al combinar sostenibilidad ambiental, participación ciudadana y equidad social. En este país, la energía es concebida como un bien común, cuyos costos y beneficios se distribuyen de forma colectiva.

  • Líder en energías renovables y modelos de participación comunitaria.
  • Tras la crisis petrolera de los años setenta, redujo drásticamente su dependencia de combustibles fósiles.
  • Invirtió de manera sostenida en energía eólica.
  • Actualmente, más del 70 % de su electricidad proviene de fuentes renovables.
  • Meta de neutralidad de carbono en 2050.
  • Subsidios para eficiencia energética en viviendas y transporte público limpio.
  • Beneficios no concentrados únicamente en grandes corporaciones (IEA, 2025; The Danish Energy Agency, s/f).

Alemania

Alemania concibe la energía como una herramienta de democracia y bienestar colectivo, no únicamente como un bien de mercado. Su enfoque integra responsabilidad ambiental, inclusión económica y participación social.

  • En 2010 lanzó el plan nacional Energiewende (“transición energética”), para sustituir progresivamente el carbón y la energía nuclear por fuentes renovables.
  • Estímulo a sistemas descentralizados de generación: hogares y pequeñas empresas producen su propia energía solar o eólica.
  •  Implementación de tarifas de incentivo (feed-in tariffs) que favorecieron la expansión renovable.
  • Protección de sectores vulnerables mediante apoyos directos y regulación de precios.

(Federal Minister of economy affairs and energy, 2025).

México: contradicción y oportunidad

México ocupa una posición estratégica en el mapa energético mundial. Sin embargo, pese a su enorme potencial renovable, alrededor del 75 % de su electricidad aún se genera a partir de combustibles fósiles, mientras que solo el 25 % proviene de fuentes limpias.

Paralelamente, persiste una grave deuda de justicia energética: más de un millón de personas, principalmente en comunidades rurales e indígenas, no cuentan con acceso estable a la electricidad, lo que pone de manifiesto una desigualdad estructural en el acceso a bienes básicos.

Este desequilibrio revela las profundas fallas del modelo de desarrollo energético nacional, pero también señala una gran oportunidad de transformación.

Gracias a su ubicación en el “cinturón solar”, regiones como Sonora, Chihuahua y Coahuila presentan niveles de irradiación superiores a 6 kWh/m² diarios, situando al país entre los de mayor potencial solar del mundo.

¨Oasis solar¨ y microrredes comunitarias: una transición con justicia en México

El concepto de “oasis de energía, agua y alimento” (EAA) representa una alternativa concreta de transición con justicia. Este modelo integra sistemas fotovoltaicos para accionar bombas de agua, abastecer de agua potable a comunidades vulnerables y permitir el desarrollo de huertas locales orientadas a la autosuficiencia alimentaria.

Además de suministrar electricidad limpia, los oasis solares:

  • Reducen la dependencia de combustibles fósiles y redes centralizadas inestables
  • Fortalecen la resiliencia comunitaria frente al cambio climático
  • Impulsan economías locales a pequeña escala
  • Contribuyen a la regeneración del entorno mediante reforestación y prácticas agroecológicas

De manera complementaria, el impulso de microrredes comunitarias —pequeñas redes eléctricas inteligentes, autónomas y gestionadas por cooperativas locales— no solo permite garantizar el acceso universal a la energía, sino que también promueve la democratización del sistema eléctrico, la participación social activa y una auténtica justicia energética territorial.

Justicia antes que tecnología

La transición energética no puede reducirse a un simple cambio de tecnología. Mientras la matriz eléctrica continúe siendo mayoritariamente fósil, la expansión indiscriminada de la electromovilidad podría incluso agravar el problema climático, al incrementar la demanda de energía sucia y la explotación de minerales críticos.

No es la tecnología la que definirá el rumbo, sino las decisiones políticas y éticas que tomemos como sociedad. El modelo de ¨oasis solar¨ es la prueba concreta de que una transición justa no sólo es posible, sino que ya es una realidad: es viable, accesible, y profundamente transformadora, tanto en lo social como en lo ambiental.

En contraste, la persistente dependencia de los combustibles fósiles, junto con la exclusión energética, profundiza las brechas sociales y pone en evidencia la incapacidad del modelo actual para garantizar derechos fundamentales.

Un futuro en llamas

La temperatura global aumenta entre 0.1 °C y 0.2 °C por década. De mantenerse esta tendencia, el planeta superará los 1.7 °C hacia 2050, abriendo la puerta a escenarios irreversibles:

  • Pérdida masiva de ecosistemas
  • Desaparición de arrecifes de coral
  • Deshielo del Ártico
  • Inseguridad alimentaria
  • Escasez de agua potable para millones de personas

El verdadero dilema

La conclusión es clara: la tecnología por sí sola no salvará al planeta. Las acciones necesarias deben ser rápidas, profundas y transformadoras, pero, sobre todo, deben colocar la justicia social en el centro.

Toda transición energética que ignore las desigualdades históricas está condenada a repetir los mismos errores. El desafío de nuestra era no es inventar más tecnología, sino atrevernos a construir un futuro basado en la equidad, la corresponsabilidad y la dignidad humana.

El futuro arde… y la decisión aún está en nuestras manos.

*Universidad Iberoamericana, Ingeniería Mecánica y Eléctrica.

Fotografía: https://pixabay.com/

Referencias: